En la radio
suena aquella canción que alguna vez te dediqué. La radio-reloj-despertador, es
el último que será empacado. La últimamente inútil tele ya está en la caja, mi
preciado equipo que llena casi todos los vacíos con su estrondoroso sonido
también fue guardado, el único que rompe la compañía del silencio es la pequeña
radio. Impide que me absorba ese silencio doloroso, evita que me ahogue en solitaria
despedida, y más, me salva de la asfixiante nostalgia de abandonarlo todo. Distrae
los recuerdos que en este momento vuelven a tomar cuerpo con cada objeto que
redescubro en las antiguas cajas o costales abandonados desde la última vez que
nos mudamos.
En el
instante que termino el párrafo anterior, concluyo que otra de las razones por
las que me opongo a las mudanzas por muy incómodo que esté en la habitación
alquilada, aparte de lo dificultoso que es empacar y trasladar, es el temor a
los apremiantes recuerdos que traen cada objeto olvidado, sus alegrías y
tristezas toman forma, con sus diminutas partículas hechas polvo reingresan en
tus sentimientos.
La radio encendida
con el propósito que señalé, se empeña en contradecirme. En la selección que me
concentro, de qué se va conmigo y qué no, redescubro la cartulina amarilla
doblada, ajada y con pérdidas de color. Ese insignificante pedazo de papel era seguridad,
ella me amaba, de verdad que me amaba. A estas alturas el papel y corrospun, solo
es una mascareta en el que mal fundaba mis esperanzas en el amor. ¡Qué breve
puede ser la felicidad!, lamento, con un punzón al lado izquierdo del pecho. Y
en radio Ritmo Romántica, “Tus mejores baladas en español”, inicia las notas de
aquella canción boba, pero que nos encantaba repetirlo a voz en cuello, a veces
mirándonos a los ojos, otras veces estrechándonos y cerrando con un largo beso
insuficiente. En seguida comienza a decirnos Enrique Iglesias, “Pueden pasar
tres mil años, puedes besar otros labios, pero nunca te olvidare…”.
La radio en
vez de aplacar la nostalgia, me hunde en ella. Te extiendo cartulina doblada en
cuatro, y saltan a la vista esas dos palabras rojas en corrospum “Te amo”, en
la esquina, parte inferior derecho, con plumón, en diagonal, está mi nombre. Al
otro lado de la esquina están palabras alusivas a la fecha, feliz día de San
Valentín, los otros espacios están rellenados como con Yonel y Maria x 100pre,
y demás tonterías ahora, antes era sacrílego pensarlo siquiera. Por largo tiempo
logró el centro honorífico de mi habitación, era lo mínimo, le había tomado
toda una noche de trabajo a mi amada. Un día, cuando varios universitarios
acudimos a hacer la tarea a mi cuarto, te ruborizaste en extremo, para tu
alivio quise esconderlo, te opusiste. Las bromas y burlas no cesarían a partir
de entonces.
La música y
la radio siguen escarbando los recuerdos, me rindo a la soledad, en esta
pequeña morada de tres por cuatro metros, siento que mi cuchitril es un
universo, demás está decir, infinito; donde las puertas solo se logran
distinguir con mucho esfuerzo en el horizonte, inalcanzables. Sin salida. Y
estoy solo, con la radio, el cartel, el resto de las “maletas hechas” o por
hacer, no cuentan. Estamos solos, la radio y su música inoportuna, el cartel
con su: “TE AMO”, mi nombre no cuenta, porque ya nadie ama a nadie. Solo somos
ese polvo que cubría la cartulina, que al desdoblarlo se perdió, ya nadie sabe
dónde fue a parar. Ahora, rendido en el piso entablado, del color madera que me
encanta, me respaldo en una de las frías paredes de Pasco querido. Ya no quiero
continuar haciendo maletas, no obstante estoy obligado a reiniciar, debo
abandonar esta ciudad, ya hice varias renuncias, al trabajo, a ti, que dentro
de poco te desposarán.
Dos años después de terminar hacer las
maletas, mientras parezco seguir, sigo encerrado en esta habitación de cuatro
mil por tres mil milímetros y millones de milímetros cuadrados, en el que tan
solo soy una partícula más, insignificante ser al que pretendieron rescatarlo, no
se puede dar con la puerta. Ahora vienes tú, a intentarlo, sin saber quién soy…
Terminé
hacer maletas, dejo con mucho dolor mis preciados archivos periodísticos de La
Primera, me seguían a cuanta mudanza, de pronto algún título de César
Hildebrandt o Lévano me abstraían para releerte cuando reempacábamos, ahora nos
dividimos, quién sabe mañana alimentes alguna fogata o apestes a pescado, junto
a mis preciadas revistas “Domingo”, que casi era su coleccionista por larga
temporada. Solo las carátulas, según yo, más impactantes me acompañarán en esta
nueva travesía. También solo una docena de mis archivos de Correo, los más impactantes
según mi juicio, de los cientos, me siguen. Y por supuesto, las costosas
revistas de Hildebrandt en sus trece, me acompañarán, “¿en estos papel
periódico invertí más 600 soles?”, me asombro al contar los ejemplares del
mejor. También se va conmigo el Cartel de amor, cualquier otro racional ya lo
hubiera destrozado en un arranque de ira infraganti. Lo recuerdo bien, está
entre mis libros y separatas de universitario, espero no para punzarme en la
próxima mudanza, no por favor.