La migración venezolana, que huyen de la autocracia de Maduro y sus cada
vez más desequilibradas medidas, entró al debate electoral, azuzado por el
discurso xenófobo de Ricardo Belmont, candidato a la alcaldía de Lima. Obviamente
el término xenófobo, cuando este sujeto llama delincuente a un catedrático, porque
lo vio en la cara y reclamarle por su discurso de odio, no se ajusta, eso ya es el pituquismo discriminador. No
obstante, tiene miles de defensores no pitucos que escucharon de Belmont, lo
que sus oídos ansían.
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Por Yonel Rosales
De plano, no soy defensor de los venecos, ni estoy en contra de nuestros propios
pobres, que no encontramos chamba; si estamos a punto de conseguirlo viene
un desesperado veneco que se regatea y nos lo quita. Solo soy solidario con
todos, incluida la migración. En el dolor hermanos. El Perú tiene sus grandes males
por solucionar y no estamos para cargar los ajenos, pero, ¿vas a botar a patadas a un insistente desamparado que viene a
sombrearse a tu casa después que hicieras alharaca con ayudarlos? Ahora démonos golpes de pecho, comenzando
por los fujiapristas y Ppkausas que usaron políticamente el problema de
Venezuela. ¿Las gentes que lagrimearon cuando Chibolín iba a traer venecos y
fue retenido en el aeropuerto por Maduro, tan pronto cambiaron de causa?
Pero definitivamente estoy en contra de los tipos como Belmont, los fujiapristas,
o Ppkausas, que utilizan políticamente el dolor ajeno, con el único fin de
ganar aceptación. El candidato Belmont, lo hace para ganar votos,
repitiendo lo que nuestros atolondrados oídos quieren escuchar. Nos basta una falsa promesa, una esperanza
falaz para asirnos al primer mentiroso, estafador e ineficiente. No importa
el pasado vergonzoso como el de Belmont, solo prevalece lo que queremos oír,
cual niños engañados con un dulce les seguimos, pese a que el exalcalde jamás podrá hacer nada contra los
venecos, porque no está entre sus funciones.
Rechazamos dizque el desorden que generan los venecos, como si nuestras
ciudades fueran el modelo de orden, los odiamos por sus delincuentes y ladrones
como si el Perú fuera el país de los santos. Bastó con que Belmont
dijera lo que nosotros hubiésemos gritado a los cuatro vientos por el miedo,
así estemos en el error. Así fue que
reelegimos a un Alan García, pese a su oprobioso gobierno del 85, así fue que
hicimos ganar a Chino Fujimori, que prometía no shock frente a un prestigioso
Vargas Llosa, que nos develaba la cruda realidad, sí al shock para salir de la
crisis. Y podríamos seguir remitiéndonos a la historia, Leguía, Piérola...
Luego, luego, nos equivocamos de culpables, y los pillos siguen haciendo de las
suyas.