A la apenada hija no le permitieron
acercarse al féretro de su madre. Aunque se compadecían, la familia impidió su último
adiós. La ahora descastada hija era muy querida por todos, especialmente por su
madre, pero los últimos deseos de la difunta se tuvieron que cumplir. No la van
dejar ni que venga a mi entierro, dispuso en vida. Ese juicio de hija contra mamá,
le había roto el corazón, la resintió de tal modo que ese fue su pedido. Todos se
convencieron que era la causa de su deceso.
No sabemos si lo decías en broma o como estrategia, pero le prometías que la llevarías Dubai - Imágenes: Internet |
Todo comenzó cuando Lucha le dijo a
Tilsa que a partir de ese mes se limitarían los gastos porque había contraído
una deuda por la compra por un terreno con la familia. Había que pensar en la
vejez. Esto de ahorrar significaba acabar con las comilonas en restaurantes
caros o los pedidos delivery de cositas ricas, y por su puesto los gastos
superfluos en baratijas y ropas de marca. Por lo general, todo, con plata de
mamá. Esto encendió la discusión telefónica entre las dos. La hija que siempre
amenazaba a sus padres separados, en su egoísmo, que jamás les perdonaría tener
otros hijos con sus nuevas parejas. Si eso sucedía, que se olvidaran de ella y
de su hermano. Atacó con que la mamá les estaba abandonando, por eso se había
comprado un terreno para que haga su hogar con su nuevo prometido.
Tilsa se fue de largo, le encaró a
su mamá, con que siempre le limitaba en los gastos y que no le atendía todas
sus necesidades básicas. ¿Qué son las necesidades básicas: alimentos,
vestimenta y techo? Lucha se sorprendió con esas palabras, ¡cuál necesidades
básicas! Lo único que te negué fue darte para tus pasajes y el hotel de tu
concierto privado en Lima. Porque tienes mucho dinero te habrás comprado esas
entradas caras para tu fiesta, sin consultar a nadie, pero eso no son
necesidades básicas, respondió. La joven universitaria, siempre convencida de
tener la razón y de llevar adelante lo que decía, arremetió más prepotente,
exigiendo que mejor debía darle el dinero, la misma cantidad que su papá,
también la plata de su hermano. La plata de ellos, porque no le habían pedido
que la traigan a este mundo. La
discusión se salió de control, con Lucha diciéndole que ella, su hija, no podía
decirle cuánto darle, porque es de acuerdo a las posibilidades y a la voluntad
de los padres, tal como a Lucha la crio su papá. La llamada terminó con la mamá
en llantos, llorándole a la hija.
Yo, el hermano de Lucha, estaba ahí
escuchando la discusión por celular. La abracé, traté de consolarla. Le di
ánimos. Debía ser fuerte y no ponerse a llorar por el hecho de que su hija le
gritoneara. Que debía recuperar autoridad, que no podía permitir que su hija le
hable en ese tono. Quizás haya sido criado a la antigua pero creo que no es la
manera de pedir ni tratar así a tus padres. Le recomendé darle lo mínimo hasta
que al menos se disculpe con ella. Las cosas empeoraron. Ya cuando la mamá retornó
a su encierro, en su terrible soledad, la causa de su enfermedad, sobre todo en
esas noches solitarias y frías en ese pueblito alejado. La hija volvió a la
carga a través del teléfono, exigiéndole dinero, la misma cantidad que su papá
le daba por descuento. Quizás siguiendo mi sugerencia, le respondió que eso no
sería posible pues ella, su hija, no le hablaría en ese tono. Tilsa, siempre desde
su creída razón, no entró en razón, en su ira dijo que mejor no le diera nada. Nosotros,
la familia, le dijimos que le haga caso. Que ante la necesidad de dinero,
terminaría por disculparse, es que ya la conocíamos como a la interesada.
En realidad quién sabe dónde inició
este lío. De repente en el excesivo mimo o en el descomunal orgullo y halagos
de la mamá por tener a la hija como buena estudiante. Nada especial, ni que
hubiera ingresado a una de las universidades peruanas que aparecen en los
rankings internacionales. O tal vez todo comenzó en ese momento en que la niña
empezó a sentir celos de papá, donde ella no tenía opción de ganar se consolaba
con la resignación, porque podría ser aplastada fácilmente por la grandota mamá.
Esos celos conocidos como el complejo de Edipo. Pasa que la chica, siempre
tiraba para papá, a pesar de que fue el autor de romper el hogar, defendía a
papá, pese a los incontables cuernos a mamá. Recién nos enteramos la familia.
Abogaba por papá no obstante a que les abandonó algunas veces y solo mamá tenía
que asumir la carga.
Quizás todo empezó en la ocasión de
la venganza para papá. Lucha, hacía algunos años había denunciado al papá de
Tilsa, un profesor de literatura, con varios intentos de convertir sus libros
en best seller. Ese descuento siempre estuvo como una espina en el cuerpo.
Cuando escuchó las quejas de su hija instigó la demanda contra su madre. Era la
oportunidad de la revancha de todo, de las veces que le rechazó e hirió su
orgullo de macho alfa. Lucha estaba por casarse con su nueva pareja, un hombre
que la elegía a pesar de ser una mujer con hijos y él no.
Tras la denuncia de la hija, los
reclamos de la familia no se hicieron esperar con el exesposo, por fomentarla,
respaldarla, a pesar que Lucha cumplía cabalmente y en exceso - nunca es mucho para
los hijos - con sus obligaciones. No solo eso, se desvivía por ellos dos. En
cada vacación salía corre, corre para atender a sus bebes grandotes. Ante los
reclamos, el exmarido, tal como su malagradecida hija hilvanó, dijo que todo
cuanto les compró fue con el ahorro de la plata de él. El departamento amoblado
a lo grande, como Tilsa diría, “¡qué tal nuestra vida de ricos!”, mientras la
mamá vivía la austeridad con tal de ahorrar para sus hijos. Todo cuanto le
compró, artefactos domésticos y para sus negocios, era con el dinero ahorrado
de la pensión por alimentos que daba su papá. Ahora recién digo, hagamos de
cuenta que eso es cierto, que juntó plata de la pensión de alimentos, ¿no se
puede reclamar como una especie de compensación por sus años de servidumbre?, ¿fueron
diez años de empleada del hogar, mientras el marido se realizaba
profesionalmente y te ponía cuernos?, todos esos años, tú, sin trabajar para lo
que habías estudiado.
Todo este último le dije que así
pensaba a Lucha, eso fue poco antes de su muerte. Viajé a ese pueblecito lejano
donde se encontraba por motivos de trabajo. A largas horas con carro y lejos de
su familia. Nosotros ya conocíamos sus palabras de suicidio. Preocupado por su soledad, de cómo tomaría la
noticia de la denuncia por alimentos que le hizo su hija, a pesar de. Fui el
responsable de hacerla llorar amargamente. Resentida, muy dolida por todo lo que
le había dado a su hija y que esta la enjuicie, lloró y lloró. Esa noche no pudo
dormir más de lo normal, lo que ya no era raro en ella.
Ese terrible mal, la depresión
había minado la vida de mi pobre hermana y la denuncia de su hija le complicó. Llegó
al extremo de tomar varias pastillas para poder dormir. Poco después le salía
sangre del oído, le recetaron más medicamentos. Pero el suicidio, como todos
creíamos, no fue la causa de su muerte. Fue esa terrible enfermedad, le
ocasionó un paro cardiaco. Ahora que cuento esto, me pregunto. Esa hija mimada,
¿no habrá caído en la cuenta de que denunciándola empeoraría su salud?, ¿no
pensó en que estaba dañando gravemente esa relación de madre e hija? Ya de qué
sirven estas preguntas, mi hermana está sepultada y me preocupa otra cosa.
Pero Tilsa, tú sabías de la
condición de tu madre. A ustedes sus hijos les rogó quedarse a su lado. No
podía vivir sola, en cambio, dormía plácidamente acompañado de su hermana o de
quien fuera. Se sentía muy sola, muy sola como en la infancia siendo
abandonada. Sin ser psiquiatra traté de darle una explicación. Quizás cuando
mamá te regaló el día de su muerte a su hermana Florinda, porque eras muy pequeña,
que no tendrías quién te críe, quizás, ahí esté la causa de la trauma de tu
soledad. Cuando papá por fin te fue a rescatar después de unas semanas, allá en
la puna, y te cogió entre sus brazos mientras intentabas distraer tu soledad
entre los ichus y los bichos entre ellos, dice que no paraste de llorar
abrazado a papá icicyando (suspiros profundos). Desde entonces solo eras feliz
al lado de algún familiar, mejor junto a todos. Estoy convencido que ese fue el
trauma de tu soledad. Sin embargo, qué les importó a tus hijos. Prefirieron
largarse a la ciudad, cuando debían continuar bajo tu nido. En los dos años que
duró la pandemia, otros universitarios estudiaban desde pueblitos lejanos, ayudando
a sus padres en las actividades del hogar, tu hija encontró cualquier excusa
para seguir en la ciudad y tu hijo colegial también. El chico que juraba nunca
tener su mujer, de seguro motivado por ti, y que siempre estaría con mamá,
apenas se le erizaron las hormonas, a mitad del colegio te abandonó. De ahí no
podías controlar tu depresión.
Pero nosotros, tu familia, vencimos
todo eso, dibujándote con figuritas bonitas la felicidad que te esperaba con tu
gordito, te animamos a tener otro hijo tal como te rogaba él, que quería ser
papá. No te mató el suicidio, fue la preocupación que te arrastró. ¿Ahora a
quién llevarás Dubai, Tilsa?, esa era la promesa, la ilusión que le hacías a tu
mamá, que cuando fueras millonaria la llevarías a Dubai. Me hacías cachita con
que a mí no me llevarías a Dubai, porque a algunas veces trataba de bajarte de
las nubes. No de tus sueños. Si no de tus alucinaciones de grandeza, de eso que
me dijiste: ¡Qué tal nuestra vida de ricos!, olvidando tus orígenes y la
modestia de tus padres. Todo cuanto poseías no era producto de tu esfuerzo,
sino la exigencia a mamá y la plata de apá. ¿Cómo llevarías a tu mamá a Dubai si
la relación de madre e hija está dañada terriblemente?
Lucha, me preocupa tu soledad en
esa fría tumba. Te cuento, nuestra hermana mayor quiso botar a palazos a Tilsa,
tuvimos que detenerla.