PERO QUÉ TAL EMPEÑO POR PONERSE LA SOGA AL CUELLO - Desde la Torre

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miércoles, 7 de diciembre de 2022

PERO QUÉ TAL EMPEÑO POR PONERSE LA SOGA AL CUELLO


El dictador frustrado, Pedro Castillo, murió en su ley. A lo largo de su era, desde su candidatura hasta su fin como presidente, hemos conocido reiteradas burradas que sus opositores habrían celebrado. Haciendo analogía con el fútbol y el juego de poderes, es como si Castillo le regalara goles en la puerta del arco y la oposición de la derecha bruta y achorada (DBA), no hacía goles. Generando el hartazgo en la población para ambos bandos o bandas. Finalmente, para bien o para mal, este juego de ineptos llega a su fin, a causa del autogol-pe del primer equipo, que solito se puso la soga al cuello por obra y gracia de su incapacidad.     

Amaneció como presidente pero a la tarde terminó detenido por decisión propia - Foto: El Comercio

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Por Yonel Rosales

Solo Castillo nos podría responder ¿qué demonios pasaba por su cabecita para atreverse a dar un golpe de estado sin tener a las fuerzas armadas, sin apoyo popular ni respaldo legal? Algún periodista en la radio dijo, intentando explicar lo inexplicable, le chuparon el cerebro, o nunca lo tuvo. Porque intentar cerrar el congreso, intervenir la Fiscalía, el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, sin causa alguna, porque él lo quiere así, solo puede ocurrírsele a un dictador. O a un tipo con mentalidad de niño a quien sus asesores le hicieron creer cualquier tontería, acompañado de la ebriedad del poder. Porque ni sus ministros lo respaldaron, lo abandonaron a los minutos que anunció su golpe.

La explicación más lógica puede ser que un Castillo incapacitado se dejó llevar por algún asesor, de esos mismos que hicieron de su gobierno un desastre, creyendo que la gente, “el pueblo” del que se llenaba la boca, iba a salir a las calles a respaldarlo por cerrar el congreso. En una Lima que lo detesta, según las encuestas. Borrachito de poder quiso dársela de gran hacedor de una nueva constitución con el “pueblo en las calles”. No hubo pueblo, solo unos cuantos gatos reclamando por él cuando fue detenido. Y ni habrá alguna desganada movilización que lo reclame.  

El aprendiz de dictador tuvo hasta tres opciones para irse tranquilo o en olor a multitud. Sin embargo, como se había sacado la Tinka, nunca quiso devolverlo. Ante su desastre de gobierno, aunque en sus primeros meses eran errores propios de un aprendiz. Todos pasamos en los primeros días de trabajo nuevo. Castillo nunca aprendía la lección. Su primera salida pudo ser una negociación con su vicepresidenta y su grupo parlamentario. Así no le entregaba el apetecible poder a la DBA, lo que no ganó en las urnas no lo obtenía por el golpismo. Su segunda salida, en olor a multitud, pudo ser el adelanto de elecciones con reformas mínimas, poner contra la pared a esa reducida oposición recalcitrante que tampoco quiere dejar el poder y solo buscaba vacarlo. La tercera salida, quizás lo vacaban hoy (7D), también pudo ser una salida digna. Al menos no habría terminado detenido tan rápidamente.


Empero, como Pedro Castillo, es PC, prefirió darle la razón a la DBA que se llenaba la boca tildándolo de comunista, dictador, que daría el golpe de estado, bla, bla, bla. Con su intentona terminó por confirmar los dichos de esa oposición bruta. Castillo fue electo para cambiar las cosas, elegido frente a una impresentable como Keiko Fujimori, manchada por la corrupción. Sin embargo, no cambió ni un ápice, solo fue floro, ni siquiera murió en el intento. Rápidamente se sumó a la cola de presidentes corruptos, con la vergonzosa diferencia de ser un inepto. Presidentes ladrones casi todos lo fueron, hasta el pueblo lo acepta y así justificaba a Castillo, pero al menos eran más sensatos. Aunque parezca consuelo de bobos, utilizando lo que se dice, al menos roban y hacen obras. En cambio el fracasado dictador era todo un caso, a tal punto que solito se puso la soga al cuello. Un 7 de diciembre, Pedro Castillo, amaneció como presidente y a la tarde termina preso por decisión propia. Pero ¡qué tal empeño por ponerse la soga al cuello! Ni entrenando lo hacía mejor. 


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